Estar en Milliken es como estar inmóvil dentro una serpiente que siempre está moveandose. Cada vez que intento ir a una nueva sala, como el Ross 3, o el cuarto de un amigo estoy confrontada con un labertino que no me permisa pasar. Es un poco como la lengua española o la tecnología (¿como puede ser que haya tres mandos a distancias por una sola television? ¿Además, como podemos mandar nuestros deseos solamente por tocar algo plastico?).
Bueno. El edificio tiene la energía de todos que han vivido en sus cuartos: los buen alumnos de Middlebury que venieron de muchas partes diferentes—ellos que venieron de Manhattan, Boston, California, varios país, y las afueras o los barrios residenciales periféricos (lo que es bien afuera de todo).
En cambio de las ciudades en general, aquí en Middlebury la naturaleza (osea, lo que es el mundo pero lo que es menos concreto en Middlebury que en las ciudades) entra Milliken en algunas formas. En vez de los sonidos de los autos, el viento y los reclamos de las párajitas entran por la ventana, y los insectos tan pequeños y de colores brilliantes andan por las paginas de mi libro mientras que estudio el castellano.
Hecho de piedra y madera, llena de recuerdos y fragmentos de musica ahora silenciosa, así es Milliken.
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